Volver a jugar como un niño.
Sebastián Lindner
sebastianelpopular@gmail.com
Especial para El Popular.
Fotos: Carlos Ramirez para El Popular.
Pocas veces se puede ver al teatro, la música y la
danza integrados tan bien en un mismo espectáculo. Y pocas veces uno puede
presenciar como un simple ruido, cuando es manejado por manos expertas, se
convierte en música, bien primitiva, muy tribal y tan bien ejecutada que al
espectador no le queda otra que entregarse a su lado más elemental y disfrutar
con el ritmo (que básicamente es percusión, sonando muy electrónico, dance y
moderno) y el baile durante una hora y cuarto.
Este miércoles un teatro bastante completo disfrutó del
espectáculo llamado “Baila” que la compañía se encuentra presentando por toda
la provincia de Buenos Aires. El año pasado ya se habían presentado en nuestra
ciudad con “Fabricando Sonidos” y se nota una evolución en el grupo, en casi
todo, pero especialmente en lo teatral, ya que este nuevo show nos trajo un
recorrido representado con música y danza (muy pocos diálogos) de los juegos en
los que todos alguna vez hemos sido parte cuando niños: la mancha, la
escondida, el gallito ciego, el salto a la soga, el fútbol con latitas, los
juegos con hojas secas y algunos más.
El escenario del teatro se transformó en una plaza de
noche, con un par de hamacas, dos sillones de madera bien representativos de
estos espacios urbanos, y todos los extraños y llamativos instrumentos que usa
“El choque” que parecen más desechos industriales que otra cosa y que de hecho,
muchos de ellos lo son. Los únicos instrumentos “clásicos” son un par de
platillos, y nada más, el resto son barriles metálicos de 200 litros, baldes
plásticos, tubos de PVC, una mesa, sogas y hasta ramitas (es sorprendente como
logran hacer sonar a las ramitas dando latigazos al aire)
Es imposible no mover los pies, el espectador no puede
quedar impasible ni queriendo. El ritmo, los bailes muy bien coreografiados,
las canciones de letras inentendibles que llegan hasta lo más profundo del
público y varias dosis de un humor bien básico, simple y que se hace querer
(más que nada a cargo del quinteto de percusionistas) logran mantener a la
platea en vilo durante todo el show. Sólo alguna risa infantil interrumpió la
performance generando un clima más íntimo todavía.
Un excelente show, de la misma calidad que el anterior,
pero con un trasfondo generador de mayor empatía todavía, con un diseño y
operación de sonido de lujo, una muy buena coreografía en la que sólo se
percibieron muy pequeñas fallas, una iluminación que se ensambló a la
perfección con la propuesta y la certeza que detrás del espectáculo hay mucho
entrenamiento, una cantidad impresionante de horas de ensayo y mucha
profesionalidad. El Choque Urbano pasó por Olavarría por segunda vez y dejó una
fantástica impresión en todos los que tuvimos la suerte de verlos.
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